El mundo académico y científico se jacta de poseer una
neutralidad y objetividad inherentes. Aparentemente, el conocimiento científico
le permite a uno desprenderse de sus identidades y el peso histórico que tienen
éstas sobre la construcción de nuestra personalidad y nuestra conducta.
Si bien trabajamos para quitarnos los sesgos con
metodologías que aseguren un doble, y hasta triple chequeo, de nuestros
resultados, el sesgo puede incluso estar insertado en la operacionalización de
nuestras variables, nuestras hipótesis y elecciones de análisis estadísticos.
Con esto no quiero decir que uno jamás pueda ser objetivo,
pero la objetividad tiene que partir desde el análisis del sujeto que hace
ciencia, y no solamente del objeto del cual se habla (que en el caso de las
ciencias que estudian al ser humano, es el ser humano mismo). Pero tomando como
excusa el Día Internacional de la Mujer, analizamos algunos aspectos culturales
que siguen influenciando en la vulneración a los derechos de las mujeres, como
la categorización del género binario y el biologismo.
Hablamos de la categorización del género binario cuando
decimos que las personas son “hombres” o “mujeres” y no reconocemos que existe
diversidad de género y formas de expresión de género diferentes. Hablamos de
determinismo biológico cuando nos empeñamos en creer que existe una división radical
entre lo natural y lo cultural, y que la supuesta naturaleza es causa inherente
e inamovible de todas las conductas humanas, sin tomar en cuenta el poder del
aprendizaje, la sociedad y la cultura para moldearnos como seres humanos.
¿Por qué hay menos mujeres en ciencias?
Según la UNESCO, las mujeres constituyen solo el 28 % de los investigadores existentes en el mundo. En el Perú, solo 1 de 4 investigadores lo son. Las razones pueden ser varias, muchos afirman que las mujeres no están hechas para las ciencias, otros reconocen que a las mujeres no se las incluye o que la tienen más difícil, pero siguen sin cuestionar el status quo.
Las categorías de “sexo” y “género” colocan a las mujeres
especialmente en situación de vulneración innecesaria. Cuando se nos pone en
una categoría estática que tiene asociadas características, como los
estereotipos de género y raza, se ejerce una prescripción sobre nuestra
conducta contra el que muchas luchamos incansable y agotadoramente. Este
estereotipo se activa no solo cuando nos dicen “mujer, solo sirves para
cocinar” o cuando nos mandan a tener hijos, sino que también está oculto e
impregnado en los mensajes sutiles de los medios de comunicación, en las
divisiones innecesarias del trabajo y de los baños o cuando se nos impone una
falda como parte del uniforme del colegio. Todas estas cosas nos recuerdan
siempre qué lugar ocupamos dentro de este binario de género que solo nos puede
ver en blanco y negro, y hombre o mujer.
Por ejemplo, en un estudio realizado el 2006 publicado en Journal of
Experimental Social Psychology, se examinaron los efectos de la categoría
“sexo” en las actitudes de las mujeres en relación a las artes y las
matemáticas. Eligieron centrarse en las actitudes de las mujeres en estos dominios
porque las mujeres siguen estando subrepresentadas en las matemáticas y las
ciencias a nivel mundial. Estudios anteriores (en SAGE
Journals y de la APA)
revelan que las actitudes de las mujeres hacia las matemáticas y las ciencias
son fundamentales para predecir la voluntad de las mujeres para seguir carreras
en estos dominios.
Sus resultados revelaron que las mujeres a quienes se les
recordaba su identidad femenina de manera previa, tuvieron más actitudes
consistentes con el estereotipo de género, que aquellas que fueron tratadas de
manera neutral. El estereotipo solo apareció cuando se les recordaba de manera
sutil que eran mujeres a través de una encuesta previa donde se les preguntaban
cosas relacionadas a estereotipos de género, como preguntas sobre pareja, sobre
cómo se sentían, si vivían solas, etc. Esto quiere decir que exponer a las
mujeres a los estereotipos de género influye en las actitudes que pueden tomar
respecto de las actividades que se consideran, más o menos, “femeninas”.
Otro estudio publicado en American
Journal of Sociology que analizó lo mismo, obtuvo resultados que muestran
que los varones evalúan sus propias habilidades matemáticas como superiores a
las de sus contrapartes femeninas, aunque en realidad la ejecución es la misma.
Además, esto solo sucedía en matemática, una disciplina bastante más “generizada”
(es decir, que hay considerablemente más hombres que mujeres en ella). Las
creencias culturales sobre el género y la competencia de las tareas sesgan las
percepciones que tienen los individuos de su propia capacidad para esa tarea. Y,
como vimos en el estudio anterior, estas percepciones sobre nuestra capacidad
pueden determinar la elección de la carrera.
¿Cerebros diferentes?
Este tipo de variables no se suele tomar en cuenta cuando se
hacen estudios sobre el comportamiento de las mujeres. ¿Cuántos de estos
estudios cuidan el impacto que puedan tener los estereotipos que se imprimen
desde que marcamos en una casilla “hombre” o “mujer” y las ideas previas que
desde la sociedad nos bombardean sobre lo que se espera de nosotros según los
genitales que tenemos? Aunque no parezca, este es un gran sesgo que muchos
científicos objetivos y neutrales no toman en cuenta, y que podría estar
influyendo en esas pequeñas, pero “significativas” diferencias que les permiten
hacer atractivo un estudio que les sirve de plataforma para salir en medios de
comunicación. Muchos estudios que encuentran diferencias cerebrales entre
hombres y mujeres son bastante más celebrados y promocionados en los medios,
pero aquellos que encuentran que somos más similares de lo que creíamos nunca
ven la luz hacia el público en general.
Hay científicos que sostienen que hay evidencias
sustanciales de las diferencias de género en el cerebro y que esto indica que
venimos al mundo predestinados a una funcionalidad distinta. Llama mucho la
atención que algunos científicos y neurocientíficos de renombre (como Simon
Baron Cohen o Steven
Pinker) asuman a priori que las diferencias encontradas en cerebros de
adultos implican una determinación innata. El cerebro de todas las especies, y
en especial el de los mamíferos y el ser humano, es extremadamente plástico,
por lo tanto, la socialización juega un papel fundamental en el desarrollo y
transición hacia las distintas etapas evolutivas.
En este estudio publicado en PNAS, se encontró que
la morfología de la corteza cerebral humana es sustancialmente menos heredable
genéticamente que en chimpancés, y por lo tanto, es más sensible al moldeo por
influencias ambientales. Para los científicos de este estudio, esta plasticidad
particular en el ser humano está relacionada con los patrones de desarrollo y
subyace a nuestra capacidad para la evolución cultural.
No solo eso, debido a la cantidad contradictoria de estudios
que respaldan una y otra cosa en las ciencias (lo que evidencia la falta de
consistencia en nuestras metodologías), un estudio de meta análisis, es decir,
que analiza un conjunto bastante amplio de estudios similares para buscar
conclusiones generales, publicado en PNAS, exploró las
resonancias magnéticas de 1 400 cerebros y encontró que la mayoría de cerebros
no se pueden agrupar en categorías binarias polarizadas como "hombre"
o "mujer" sino que se encuentran ubicados dentro de un espectro.
El sexo tampoco es estrictamente
binario
Los defensores del biologismo consideran que debido a que el
sexo tiene que ver con cromosomas XX o XY, es necesario y mandatorio dividir a
la población en hombres y mujeres para hacer nuestros estudios, pero aquí
también están un poco equivocados. La forma en que separamos a las personas en
hombres y mujeres es bastante arbitraria y utiliza solo la medida de la
apariencia de los genitales externos (pene o vulva) y no legitima la presencia
de otras variables que la determinan, como las hormonas, los cromosomas, las
gónadas y los genitales internos.
Cuando un niño nace,
no le hacen exámenes genéticos, hormonales ni una radiografía para conocer qué
órganos y gónadas posee, por lo que nunca queda claro si hay una perfecta
concordancia entre todos ellos. Las gónadas son los ovarios y los testículos y
una concordancia “esperada” sería que los XY desarrollaran testículos y los XX
ovarios.
Esta concordancia se asume, y los índices de personas
intersexuales (que no tienen un sexo biológico binario) no los conocemos a
cabalidad. Sin embargo la intersexualidad muchas veces no es aparente desde los
genitales externos. Muchas personas se enteran que son intersexuales en la
adultez cuando no pueden tener hijos, o tienen condiciones asociadas que no
necesariamente afectan su desarrollo psicosexual o por pura casualidad en un
chequeo médico.
Intersexual
es un término general que hace referencia a todas aquellas personas que nacen
con un sistema reproductor y sexual que no se ajusta a las normas sociales
binarias (macho – hembra) sino que tiene cromosomas, gónadas, hormonas y
genitales internos y externos que no concuerdan con esa expectativa.
Entonces, hay que saber también que existen mujeres XY y
hombres XX, que hay mujeres que tienen más testosterona que algunos hombres y
eso no las vuelve trans o lesbianas, pero que también existen algunas personas
trans o lesbianas que sí podrían tener más testosterona que un hombre. Hay un
sinnúmero de posibilidades rodeando nuestra expresión de la sexualidad y la
ciencia tiene que empezar a incluir estas variables a su estudio porque si no
estamos limitando la información que podemos conocer.
Lo que sabemos hasta ahora es que las diferencias de género se
imprimen a los niños incluso desde antes de que nazcan, debido a las expectativas
que se tienen sobre su conducta con solo saber el sexo genital. También
sabemos que ni la orientación
sexual, ni la identidad de género ni la sexualidad biológica dependen solo
de la genética o la biología, sino que están determinadas por un cóctel único e
individual de influencias genéticas, hormonales, culturales y del aprendizaje.
La conducta humana es compleja y sería ridículo pensar que podría estar
determinada por una sola variable, cuando la realidad es que en una misma
persona confluyen de manera paralela (y ninguna más importante que la otra)
influencias que vienen desde la biología y del aprendizaje y la cultura. A esto
nos referimos cuando decimos que el sexo es construido.
Insertar el enfoque de género en la ciencia nos permite
quitarnos la venda de la historia que siempre ha estado impregnada de un sexismo
implícito y explícito y que nos ha hecho creer que realmente hay una inclinación
biológica e innata de los hombres hacia las ciencias y que predispone a las
mujeres al trabajo doméstico, la maternidad y las letras.
Un curioso estudio publicado en la APA que analizó las capacidades de empatía en hombres y mujeres, encontró que las diferencias sexuales en la empatía estaban determinadas por los métodos usados para evaluar la empatía. Hubo una gran diferencia a favor de las mujeres cuando se les preguntaba si eran empáticas con instrumentos de autoreporte (o sea, preguntas sobre si eran empáticas o no), se encontraron diferencias moderadas cuando se analizaba su reacción ante el llanto y las medidas de auto-reporte en situaciones de laboratorio, pero no se observaron diferencias cuando la medida de la empatía era observaciones fisiológicas o discretas de las reacciones no verbales al estado emocional de otra persona. En otras palabras, las diferencias se desvanecían conforme era menos obvio que lo que estaban midiendo era empatía. Cabe preguntarse, entonces, si acaso el estereotipo de género de que las mujeres son más empáticas y emocionales jugó también un papel en este estudio.
Muchos científicos olvidan que ellos también se han construido y han construido su mundo en base a un sinfín de identidades que interactúan sobre ellos mismos. Algunas de estas identidades están asociadas a estereotipos que, como hemos visto, son muy complicados y casi imposibles de remover. Pensamos que andamos libres de sesgo, pero la verdad es que los privilegios y opresiones que vivimos influyen en nuestros intereses y en nuestra conducta.
Lo mejor para evitar sesgarnos hacia un lado, es darle la oportunidad a la diversidad de ingresar en el campo académico. Más mujeres, más personas LGBTI y más personas de diversidad étnica deben apropiarse de las aulas, los laboratorios y las universidades, para asegurar que en la ciencia también estemos representados todos. No basta con querer ser objetivo, necesitamos fiscalizarnos los unos a los otros y reconocer la historia sexista, racista y clasista de nuestras ciencias. No somos agentes independientes del cambio social, somos protagonistas por el poder que nos da el conocimiento.
*Alexandra es Licenciada en Psicología y está desarrollando su tesis para obtener el grado de Magíster por la Universidad Peruana Cayetano Heredia en Neuropsicología. Es docente, feminista y activista por los derechos LGBTI, y Sophimaniaca y divulgadora científica de corazón.