La explicación tiene que ver con el modo en que vemos y
percibimos el movimiento. Cuando intentamos hacernos cosquillas a nosotros
mismos, explica Marc J
Buehner para The Conversation, el sistema motor crea una copia eferente
que permite predecir las consecuencias sensoriales del movimiento. Como podemos
prever lo que vamos a sentir, la experiencia es menos intensa que cuando otra
persona nos hace cosquillas.
Sin embargo, sí es posible hacerse cosquillas a uno mismo,
según explica Sarah-Jayne Blakemore, catedrática de neurociencia cognitiva en
el University College de Londres. Ella creó un robot cuyo brazo mecánico podían
moverse. Este movimiento se transfería a un segundo brazo robótico que tenía un
trozo de espuma suave en su extremo, con el que acariciaba la palma de la otra
mano.
Cuando los participantes se hacían cosquillas de esta forma,
no sentían mucho cosquilleo. Sin embargo, cuando el robot transfería el
movimiento causante de las cosquillas con un pequeñísimo retardo de 100 a 300
milisegundos, la sensación de cosquilleo aumentaba mucho. “Esa pequeña demora
bastaba para anular la capacidad del cerebro de prever las consecuencias de la
acción, lo que producía una sensación que se parecía mucho a la que se tiene
cuando alguien nos hace cosquillas”, explica Buehner.
Esto se puede entender cuando analizamos los grupos de
personas que sí pueden hacerse cosquillas a sí mismas, como las personas con
algún tipo de psicosis, como la esquizofrenia. Estos individuos sienten que sus
actos o sus pensamientos muchas veces no son suyos, sino que una fuerza externa
los controla. Según estudios actuales, esto se debe a un fallo en el mecanismo
que compara la copia eferente con las consecuencias sensoriales de la acción.
Cuando Blakemore y sus compañeros pidieron a algunos
pacientes que se hicieran cosquillas con un dispositivo similar al robot antes
descrito, aquellos que presentaban síntomas de este tipo de esquizofrenia
tenían la misma sensación de cosquilleo cuando no había demora temporal que
cuando el investigador les hacía cosquillas.
El no poder hacernos cosquillas responde a la forma en que nuestro
cerebro se ha adaptado al mundo y busca controlar y entender el mundo que lo
rodea. Es importante que seamos capaces de distinguir si una experiencia
concreta es consecuencia de nuestros propios actos o de alguna fuerza externa.
FUENTE: El
País