“Para poder hacer cualquier cosa bien hecha en
el cine no se necesita mucho, sólo se necesita vocación. Yo tenía vocación para el cine y luego me convertí en un artesano de la cámara”. Eso es lo que contaba
hace cinco años el gran cineasta cusqueño Jorge Vignati (1940) en una entrevista con el periodista Fernando Vivas con una humildad solo comparable a su enorme talento.
Y así fue como
durante más de cincuenta años, la vocación de este camarógrafo cuzqueño por el
cine lo llevó plasmar, a través del lente de su cámara, algunas de las imágenes
más bellas y diáfanas que se han podido reproducir en el celuloide
cinematográfico de nuestro país. Siempre con un compromiso social y un
humanismo poco conocido en nuestro medio.

El pasado
miércoles 08 de Marzo, el maestro Vignati falleció en Lima a los 76 años, dejando tras de
sí un legado extraordinario de obras de gran calidad audiovisual. La noticia conmovió a toda la comunidad artística de nuestro país, que ha
querido resaltar la enorme importancia de su trabajo. Un trabajo que va más
allá de un aporte individual, y cuya obra es en realidad parte del patrimonio
cultural nacional. Vignati nos ofreció una vista
de nosotros mismos.
Quienes lo
conocieron cuentan que fue un trotamundos, que tenía una misteriosa relación
con la naturaleza que lo rodeaba y que era un hombre modesto y agradable. Además
destacan que era dueño de un poder creativo avasallador capaz de captar
detalles y elementos insospechados en cualquier situación, escenario o paisaje.

Para quienes no
tuvimos fortuna de conocerlo y solo supimos de él a través de sus películas y
producciones, nos queda claro de que se trató de un hombre sobresaliente que
brillaba con luz propia.
Su talento no
solo fue reconocido en el Perú donde colaboró con algunos de los mejores
directores y productores nacionales. También en el extranjero Vignati fue un
artista destacado donde participó en diversas producciones con célebres
personalidades del cine internacional. Trabajó, por ejemplo, con el famoso productor
italiano Dino de Laurentiis, con el boliviano Jorge Sanginés y con varias conocidas
cadenas internacionales productoras de documentales como National Geographic y
Discovery Channel.

Una de sus más conocidas
asociaciones fue con el mítico realizador alemán Werner Herzog. Con él trabajó
en un par de documentales, como La Balada
del Pequeño Soldado (1984) en Nicaragua y La Montaña Radiante (1984) en Alemania.
Pero, sin duda,
el proyecto más destacado en el que participó con Herzog fue en la épica
película Fitzcarraldo (1982) en donde
trabajó como director de fotografía y asistente de dirección.
Fitzcarraldo cuenta la historia de Brian
Fitzgerald "Fitzcarraldo", un excéntrico y megalómano barón irlandés
que a finales del siglo XIX amasó una
fortuna con el negocio de caucho y la explotación de etnias indígenas, y cuya mayor obsesión era construir el mejor teatro de Iquitos para
escuchar una ópera de Caruso en plena selva amazónica peruana.

El proyecto de
Herzog fue tan salvaje y complicado que el director estuvo a punto de abandonar
la filmación en más de una ocasión debido a las amenazas de algunas comunidades
nativas que se sentían invadidas. Incluso Vignati tuvo que dirigir y dominar la
cámara con maestría, en mal estado y con una costilla rota. Pese a estas
dificultades, la película resultó siendo
una pieza maestra y la fotografía muestra, como en ninguna otra
película, el impactante paisaje de la selva amazónica.
De igual manera, la magia
que lograba con su cámara y el acercamiento casi místico con las culturas de su
entorno se puede apreciar en toda su dimensión en estremecedores
cortometrajes de estética naturalista
que filmó en la Amazonía peruana como El
hombre solo y Radio Belén, ambas
bajo la dirección de su socio y colega peruano, el realizador Gianfranco Annichini.

En esa línea, uno de sus trabajos más reconocidos y aclamados es “Danzantes de Tijeras” realizada en el año 1972, bajo la dirección de Manuel Chambi. Durante 11 minutos, Vignati logró filmar de corrido en un rollo de 16 milímetros, una auténtica obra de culto en un único plano secuencia, sin interrupciones ni ediciones y con un movimiento casi hipnótico de la cámara en un espacio bastante agreste. La textura de la imagen reflejada en el ritual de los danzantes está en constante expansión y contracción, y la música fluye a través de los movimientos irregulares de la cámara del realizador cusqueño
Pero Jorge Vignati no sólo fue un
excepcional cineasta y director de fotografía, sino que fue uno de los pioneros
en incorporar la visión y estética de los pueblos indígenas amazónicos y
andinos en la producción de obras audiovisuales. En la Filmoteca de la Pontificia
Universidad Católica del Perú y en instituciones como el Centro Amazónico de
Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP) aún se pueden ver parte de los pequeños
documentales y series fotográficas de su trabajo con los machiguengas de Cusco
y Ucayali y con otras etnias indígenas.
En los próximos meses, esperamos
que las autoridades y personalidades vinculadas al cine peruano rindan homenaje
a la obra de Vignati que desde ya merece ser estudiada y compartida y
disfrutada por el público en general.
Como decía el legendario director de cine francés Robert Bresson[1], “la cámara debe infundir a los objetos y a los seres de la imagen un aire de tener ganas de estar allí”. Vignati lo ha logrado.
Gracias Maestro.
*Héctor Francisco Rodríguez es abogado
por la PUCP. Trabaja en temas de medio ambiente, antropología jurídica y
pueblos indígenas. Cinéfilo y lector.
[1] BRESSON, Robert. Notas sobre el cinematógrafo. Biblioteca ERA.
Primera Edición en Español. Paris, 1975, p. 106