El pene humano no tiene huesos, a diferencia de muchos de nuestros
parientes evolutivos más cercanos, como los chimpancés y bonobos, que tienen un
hueso llamado báculo.
Un grupo de investigadores analizó la historia evolutiva del
pene y publicaron un estudio en Proceedings
de la Royal Society B, que ayuda a esclarecer está adaptación evolutiva.
Para el equipo de University College de Londres, el báculo evolucionó
por primera vez entre 145 millones y 95 millones de años. Esto significa que
estaba presente en el antepasado común más reciente de todos los primates y
carnívoros.
En los primates, la presencia de un hueso del pene estuvo
relacionada con el aumento de la duración de la intromisión, es decir, cuánto
tiempo el pene penetra en la vagina durante las relaciones sexuales.
Los tiempos de intromisión más largos a menudo ocurren en
especies con prácticas de apareamiento poligámico, donde múltiples machos se
aparean con múltiples hembras, como se observa en bonobos y chimpancés, pero no
en seres humanos.
Este sistema crea una competencia intensa para la
fertilización, y una manera para que los machos reduzcan el acceso a las
hembras a otros machos, es justamente pasar más tiempo teniendo sexo con ella.
El hueso del pene facilita esto apoyando al pene durante el sexo y manteniendo
la uretra abierta.
Los chimpancés y los bonobos tienen un báculo muy pequeño, y
penetraciones más cortas, pero son polígamos: esta puede ser la razón por la
que estas especies han retenido el báculo, aunque sea pequeño.
“Después de que el linaje humano se separara de los
chimpancés y los bonobos y nuestro sistema de apareamiento se desplaza hacia la
monogamia, probablemente hace 2 millones de años, las presiones evolutivas para
retener el báculo probable desaparecieron. Esto pudo haber sido el último clavo
en el ataúd del báculo ya disminuido, que se perdió en los seres humanos
ancestrales”, explica el antropólogo Kit Opie, coautor del estudio.